martes, 25 de marzo de 2008

Xi


Y eras un paisito convulso y hambriento, un territorio fragmentado, una grieta colmada de cadáveres. Y eras una vocecita entumecida, unos ojos escamosos, unos labios sin saliva. Y eras una mañana que apenas asomaba, una noche desolada, una sequía de belleza. Y eras una fragilidad en retirada, una ausencia de dulzura, una maraña de rasguños. Y eras un cuerpo estrujado, un desierto de latidos, un corazón hecho cicatriz. Hasta que la ternura supo que la llamabas y arrastrándose –la gusano quiere volar otra vez- te abrazó tibiecito. No pudo hablar, porque le habían arrancado la lengua; ni llevarte al sol, porque aprendió a desconfiar de la luz (una pupila la desolló). Ni siquiera pudo llorar contigo, porque no le quedaba llanto, ni risa, ni fe. Sólo se quedó ahí, tratando de aprender a respirar. Si logras verla -casi es invisible, más bien parece un eco- algo olvidado estalla en el pecho.

lunes, 17 de marzo de 2008

Carta abierta a la ternura que extravié


Por fin logro dar contigo. Perdona que te lo diga tan sin tacto, pero me tienes podrida. He intentado todos los modos de diálogo existentes, te he buscado en los sitios posibles y los imposibles, te he proyectado a los objetos más estúpidos del planeta y no eres capaz de quedarte conmigo un poco de tiempo, de darme algo, de decir 'acá estoy, dejemos que esta pendeja me bese los labios'.

No sé en qué momento te traicioné, en qué momento decidiste tratarme a patadas, y hacer de mí una criatura equívoca, húmeda o enrabiada, de mí que fui un día un cascabel, un pez con alas, la chica más querida del hombre más bello del mundo. No sé qué te molestó de lo que me dabas, de lo que yo te daba, de cómo te contuve, te enarbolé y te defendí.

Sabes perfectamente que tú y yo anduvimos perdidas en un mismo cuerpo, que iluminamos el insomnio conversando y que nos paseamos enamoradas por el otoño, aunque el miedo nos sacara la lengua allá adelante. Sabes también que cuando vino el derrumbe yo te tomé la mano, incluso si tuve que soltar la de la alegría, y que nos quedamos enganchadas al borde del precipicio, solas las dos, mirándonos de frente, todavía íntimas, yo todavía queriendo morir contigo si era preciso. Nos caímos con las manos unidas y, lo sabes bien, puse mi cuerpo abajo para que, si sólo una de las dos quedaba, fueras tú.

Y luego, cuando no pude caminar porque me quebré cada hueso del alma, te pedí que me esperaras un poco, que me dieras una pequeña tregua, que no me dejaras, pero que me dieras el espacio necesario para caminar, porque contigo al hombro no podía. No sé qué entendiste, no sé qué encontraste más allá, pero me gustaría que me lo dijeras, porque de ahí en más, las pocas veces en que te encontré estuviste opaca, recelosa, francamente evasiva.

Eras lo único que me iba quedando. Te lo dije, se lo dije a todo el mundo, incluso a mi soledad. Ahora estás en todos los sitios menos en mí, y no llegas, y voy mendigándote un poco de lo que me dabas, nada más un poco, para no sentirme tan asfixiada de vacío, para no sentirme tan seca de muerte, para no perder la risa ni los ojos, para no asesinarme los pies de espinas.

Te he visto casi nada últimamente. Ya no eres mi amiga, hace demasiado que no te tomo la mano. No me salvaste la vida y no me importa haber muerto salvándote. Pero ahora, que acuno una sonrisa lactante, ahora que en mis sueños siempre hay agua, ahora que acá adentro me late una isla con sol, ahora te pido, de verdad te pido, que vengas más seguido de visita. Para no inventarte en los discos de Chet Baker. En el té sin azúcar. En las cortinas de mi casa que se caen a pedazos. Porque pesar de todo, quiero creer que estás ahí, esperando saltar sobre mí, o conmigo. A pesar de todo te convoco y te espero. Tengo una habitación con tu nombre; si quisieras dormir conmigo, tanto mejor.

Si no vas a volver, agarra y dímelo. O ven a buscar las fotos de ti que todavía guardo en el cajón.

ID escuchando Pupila de águila (Violeta Parra y Alberto Zapicán)

Y también:
Son desangrado (Silvio Rodríguez)
Yo vengo a ofrecer mi corazón (Fito Páez)
Dale alegría a mi corazón (Fito Páez)
Victims (Boy George)

miércoles, 5 de marzo de 2008

A Me…


“Media Verónica está rota,
No tiene muchos años
Pero le hicieron daño”

Andrés Calamaro


Lo había intentado tantas veces que, aquella vez que parecía -definitivamente- la última, (más por cansancio que por verdadera resignación) se sentó y esperó a que sucediera. Estaba decidida pero eso no quitó que sintiera ardiente la mano ladrona que le arrancaba con furia su otra mitad. Sintió por su cuerpo los pasitos de ese delincuente que huía con su mitad de vida.

El tiempo de los intentos había pasado, y la había dejado tan despojada, tan quebrantada, y con tantos sueños incumplidos que ella misma ayudó a esa mano afilada a escarbar aún más adentro, y la ayudó a lanzar un corte certero justo ahí, cerquita del alma. “Para que rearmarme valga la pena”, susurraba.

Quedar así, de cortadita por la mitad, sería su nueva condición. No era que no lo supiera antes, pero ahora lo asumía. Intentó caminar con su nueva forma pero no logró sostenerse en pie. “Lentamente”, se decía y, y con dolores que recorrían desde su media cabeza hasta su medio pie, comenzó a incorporarse. Con cautela, con temor, con desconfianza.

A los primeros pasitos doloridos, se sumaban caminos más largos. Mientras ella, con la mitad de su ser, daba enteras las sonrisas que no podía dejar de regalar. Se acostumbraba a su nueva forma. Con el tiempo, había aprendido a bailar así, como mujer a medias, a caminar, a abrazar, pero su abrazo no era a medios sino entero porque de puro sincero y esperanzado no se rompía.

Claro que a veces extrañaba a su otra mitad. Le faltaba, pero la idiota y desperdigada, lo intentaba nuevamente. Se ponía de pie, porque descubrió un día que su otra parte no estaba donde ella siempre creyó, sino en otro lugar. Uno desconocido, extraño quizás lejano. Y con una sonrisa en su medio labio, caminó cortadita hacia su calle entera.