El temblor que precede al derrumbe es una contraseña que abre siempre el mismo archivo, una especie de imán hacia la imagen que se repite y se repite cada vez que la apuesta falla o la estafa –obvia desde un comienzo- se consuma. Es como si no creciera ni un centímetro desde entonces.
Tengo siete años y voy por un camino de tierra. Todas las calles de mi pueblo son de polvo. No sé andar en bicicleta y no quiero rueditas. Odio las rueditas. Prefiero que alguien me sostenga, aunque ese alguien me suelte de pronto y entonces quede sola, pendiente abajo, muerta de susto, pero pedaleando. Y eso pasa.
El pendejo moquillento me empuja y yo, idiota, me inundo de una fe insólita. “Parada”, me dice y yo voy y me pongo pie. “¡Sin manos!” me grita y yo como una autómata suelto el manubrio y tropiezo cuatro veces antes de caer en una zanja, de frente. Maldigo y siento un sabor a tierra y a sangre en la garganta, mientras ese alguien ríe, arriba, ajeno, sin entender nada de nada. Me paro y me voy, con las rodillas rotas, la boca desecha y la promesa de nunca más. “Por pava te pasó”, vocifera el imbécil, pero yo no lo miro, ni siquiera lloro. Sólo camino, magullada, maltrecha.
Llego a casa y un estertor me sacude como una avalancha: no volveré a hacerlo, jamás, jamás o al menos me compraré esas putas ruedas de respaldo. Al día siguiente todo se me olvida de golpe, y saco la bici y él, tan cordial, se ofrece a enseñarme, y yo le digo “sí” conmovida, hasta que me caigo y todo empieza de nuevo.
ID escuchando Equilibrio Espiritual (Freddy Turbina)
Tengo siete años y voy por un camino de tierra. Todas las calles de mi pueblo son de polvo. No sé andar en bicicleta y no quiero rueditas. Odio las rueditas. Prefiero que alguien me sostenga, aunque ese alguien me suelte de pronto y entonces quede sola, pendiente abajo, muerta de susto, pero pedaleando. Y eso pasa.
El pendejo moquillento me empuja y yo, idiota, me inundo de una fe insólita. “Parada”, me dice y yo voy y me pongo pie. “¡Sin manos!” me grita y yo como una autómata suelto el manubrio y tropiezo cuatro veces antes de caer en una zanja, de frente. Maldigo y siento un sabor a tierra y a sangre en la garganta, mientras ese alguien ríe, arriba, ajeno, sin entender nada de nada. Me paro y me voy, con las rodillas rotas, la boca desecha y la promesa de nunca más. “Por pava te pasó”, vocifera el imbécil, pero yo no lo miro, ni siquiera lloro. Sólo camino, magullada, maltrecha.
Llego a casa y un estertor me sacude como una avalancha: no volveré a hacerlo, jamás, jamás o al menos me compraré esas putas ruedas de respaldo. Al día siguiente todo se me olvida de golpe, y saco la bici y él, tan cordial, se ofrece a enseñarme, y yo le digo “sí” conmovida, hasta que me caigo y todo empieza de nuevo.
ID escuchando Equilibrio Espiritual (Freddy Turbina)