martes, 29 de enero de 2008

No a las rueditas


El temblor que precede al derrumbe es una contraseña que abre siempre el mismo archivo, una especie de imán hacia la imagen que se repite y se repite cada vez que la apuesta falla o la estafa –obvia desde un comienzo- se consuma. Es como si no creciera ni un centímetro desde entonces.

Tengo siete años y voy por un camino de tierra. Todas las calles de mi pueblo son de polvo. No sé andar en bicicleta y no quiero rueditas. Odio las rueditas. Prefiero que alguien me sostenga, aunque ese alguien me suelte de pronto y entonces quede sola, pendiente abajo, muerta de susto, pero pedaleando. Y eso pasa.

El pendejo moquillento me empuja y yo, idiota, me inundo de una fe insólita. “Parada”, me dice y yo voy y me pongo pie. “¡Sin manos!” me grita y yo como una autómata suelto el manubrio y tropiezo cuatro veces antes de caer en una zanja, de frente. Maldigo y siento un sabor a tierra y a sangre en la garganta, mientras ese alguien ríe, arriba, ajeno, sin entender nada de nada. Me paro y me voy, con las rodillas rotas, la boca desecha y la promesa de nunca más. “Por pava te pasó”, vocifera el imbécil, pero yo no lo miro, ni siquiera lloro. Sólo camino, magullada, maltrecha.

Llego a casa y un estertor me sacude como una avalancha: no volveré a hacerlo, jamás, jamás o al menos me compraré esas putas ruedas de respaldo. Al día siguiente todo se me olvida de golpe, y saco la bici y él, tan cordial, se ofrece a enseñarme, y yo le digo “sí” conmovida, hasta que me caigo y todo empieza de nuevo.

ID escuchando Equilibrio Espiritual (Freddy Turbina)

jueves, 24 de enero de 2008

Grace


Despierto con Grace en los ojos: “Hay cosas que debe hacer una misma”, repito, y Grace me abraza. Tengo un dolor de piedra en el cuello y una campana que me revienta los tímpanos cuando me muevo. Igual camino, mientras Grace canta, desgarrándose, a Marianne Faithfull. Le sostengo una mano y ella me lanza un gruñido profundo: “Ya no, ya no”, me advierte.

Trago saliva y la empujo desde el balcón a la calle, desde Dogville al cemento. Caigo con ella.

Hay sol, uno pegajoso, quemante. Nos miramos, sumergidas en el mismo infierno. Grace lanza una carcajada como un quejido y yo la imito. No sé bien si reímos, sí tengo certeza de que ya no penamos.

Nos acomodamos la rabia en el pecho. Es nueva, está recién estrenada y sabe a leche agria. Nos bebemos la rabia de un sorbo y mis manos lánguidas se empuñan, mientras Grace me aplaude. “Ve”, me azuza. Avanzo dos pasos, me abro de un tajo el cuello y un líquido rosado envuelve mi garganta. Me aferro a los pies de Grace y ella me patea el rostro. Sólo entonces veo mi saliva roja, intensa, precisa. Le agradezco el regalo con un grito gutural.

Grace y yo nos maquillamos, nos dibujamos otra vez la cara, nos colmamos de leche agria. “Ve”, me dice, mientras ella baila sobre el cadáver de Tom, lo descuartiza, le pone la cabeza en la espalda, lo gira en 90 grados, lo vuelve a acomodar, le quita un pie, tira una costilla al río. Voy, me digo, mientras siento que mi cuerpo anémico se tensa, se reconstruye, se irriga denuevo. “Hay cosas que debe hacer una misma”, vocifero, mientras le coqueteo al que mataré, agazapada en su sombra, acumulando más rabia, rabia, malbenditarabia, salvadora rabia.

ID viendo La última escena de Dogville (en un acento fatal...), y escuchando Who will take your dreams away (Marianne Faithfull)

martes, 22 de enero de 2008

Vértigo


"¿Es que la proximidad puede producir vértigo?


Puede. Cuando el polo norte se aproxima al polo sur hasta llegar a tocarlo, la tierra desaparece y el hombre se encuentra en un vacío que hace que la cabeza le dé vueltas y se sienta atraído por la caída."

Milan Kundera

La luna llena como un ojo blanco y febril, sin párpados. La cortina descorrida, el viento caliente de una noche de verano a solas, las sábanas arrugadas en los pies. Y Daniel Boone al otro lado del mundo, cerrando sus ventanas por la tormenta de arena.

La rodilla todavía sangra de la última caída. Se toca y se estremece. Extiende el dedo, pero no llega al norte; por más que se estire, sigue siendo sur. Y cómo le jode. Una jartá. Un montón.

Si tuviera un ordenador en red, ya lo habría encendido. Aunque él duerma y no la sospeche, acá, lejos, insomniada, boquiabierta. Aunque ambos duden de la realidad del otro, y en la duda de él ella se cuestione también su propia existencia. Pero si fuera un fantasma cruzaría las pantallas. Estarían entonces los dos del mismo lado, no importa cuál, porque antes de saberlo ella lo habría besado.

La realidad es insobornable, piensa, mientras los dedos húmedos se le empiezan a llenar de arena.





Y también



miércoles, 9 de enero de 2008

Comprobación de tesis


Daniel Boone dice que lo peor es asumirse. Idiota por dos. Que entonces no cronopio. Lo dice con un tono tan dulce que me conmueve. Le explico que no hay contradicción, que voy regando el corazón como un surtidor, que confundo a los depredadores con animalitos de felpa. Él se ríe y apresta el fusil.

Daniel Boone me regala una canción. Me enamoro de él para demostrarle que tengo razón. Cuando admita que digo la verdad, hará con mi piel un sombrero. Guardará los ojos en un frasquito. Encenderá un Camel y sonreirá, sabiendo que no bromeo.

Y también:

jueves, 3 de enero de 2008

Los diez mandamientos ID


1) No amarás a los hombres que te amen
2) Te enamorarás del que más te duela
3) No aprenderás lecciones de ninguna historia
4) Siempre tendrás algo de qué arrepentirte
5) Asumirás tu condición y buscarás a otras ID como tú
6) Tirarás la suerte al viento cada vez que veas posibilidades de un nuevo suicidio
7) Te asumirás culpable de todo lo que no resultó
8) Llorarás tres veces tu peso en líquido con cada fracaso
9) Nunca dejarás de acoger sinceramente a otra ID
10) Te mentirás sin descanso

ID escuchando Petit Fille, ne crois pas (Antoine)

A modo de introducción...


Habría que consignar que el origen del club está en un libro blanco. Un libro blanco demasiado negro, que ella buscó por toda la ciudad hasta hallarlo en el sitio menos imaginable de todos. Adentro estaba la frase, y la retuvo, porque tenía la convicción de que era una de esas formulaciones que vuelven y vuelven, como los sueños en los que se llega tarde a un sitio muy importante.

Meses más tarde, cuando en todas las veredas se caía en pedazos de alma, encontró a otra igual de fragmentada. Le escribió la cita del libro blanco, y en ese momento, sin verbalizar, se fundó el club de las idiotas desamparadas. A X e I (fundadoras) se sumaría más tarde J y, mucho después (pero no con menos intensidad), C.

El club de las idiotas desamparadas suma gente, aunque la intención de las agrupadas sea siempre que no lleguen más. Los ritos son importantes: se juntan con nimiedades en los bolsillos o entre las pestañas, y las vacian en la mesa común. Entonces, todas las otras sacan sus martillos de la boca, y las rompen en mil, las examinan, las huelen, las escupen, las pesan, las microscópicamentemiran, las intercambian y las evaporan. A cambio, entregan citas de las más variadas, canciones terribles, comida sana o nociva, prospectos de venganza y recuerdos del futuro que no existirán.

Las idiotas desamparadas se juntan y logran que de la suma de lágrimas resulte risa. Es un raro fenómeno matemático emocional, uno de los oscuros consuelos que evocan cuando, de vuelta en casa, de la súma de lágrimas sólo consiguen líquido y una pequeña cantidad de sal.

Un requisito insoslayable en esta hermandad es mentir. No a las otras, sino a sí mismas. Mentir para sobrevivirse, creerse el espejo que con sus ojos dulces hacen las otras, confiar en la mejoría, en el progreso y jurar que no se piensa ya más en los protagonistas de los desamparos. Las otras, en este momento, respetarán la palabra de la mentirosa, y harán como que le creen, agregando trazos al diseño falso y apoyando las cada vez más idiotas decisiones por las que toda idiota desamparada transita.

Como los patos, las idiotas desamparadas avanzan en diagonal, y si hacen progresos individuales se ponen a la cabeza de la pena, y logran mover a las otras hacia posturas menos drásticas, sacar un cuchillo de una vena, rescatar una píldora en una garganta.

Cuando dejan de ser idiotas desamparadas, se embriagan con las otras y festejan por una larga noche. Luego la ex idiota desamparada las abraza a todas y se lleva consigo un pedacito de cada desamparo, para ayudar a llorar.